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jueves, 19 de febrero de 2015

El científico que admiro: Marie Curie

Por
Fabiola García
Médica y cirujana

A
l tomarse la tarea de elaborar un listado de los científicos más influyentes de la historia es posible incurrir en lo ya ampliamente conocido, en consecuencia se resta la debida  importancia a varios personajes, dejándolos así en el rincón olvidado de la ciencia, especialmente, si de mujeres se trata. Tal es el caso de Maria Sklorowska, mejor conocida, como Marie Curie. Fue ella una pionera en el campo de la física y la química, tanto así que sentó las bases de lo que actualmente se conoce como radioactividad.  De no ser por sus múltiples horas en el laboratorio, varias batallas contra el cáncer se hubieran perdido. Lo anterior sólo es un indicio de la grandeza de Marie Curie.
Al examinar la historia de los Premios Nobel durante el siglo XIX es inevitable pasar por alto el apellido Curie, dado que representa a la primera persona  y mujer  en ganar el mencionado premio en dos ramas distintas de la ciencia: física y química, el primero obtenido controversialmente  en 1903 junto a, su esposo, Pierre Curie y Henri Becquerel, quien desarrolló los principios de esta investigación. El segundo galardón se le concedió en 1911 como reconocimiento por los dos elementos radioactivos descubiertos.
En un mundo dominado por el género masculino, se requiere un acto de valentía para sobresalir. Marie Curie demostró la importancia del trabajo en equipo, sin distinción entre hombre y mujer. Sin el apoyo de ella, la obtención del radio y el polonio no hubieran sido realidad. Lo anterior era bien sabido por su compañero de fórmula, Pierre Curie, quien defendió y lucho contra la polémica y la falta de ética de otros científicos conservadores, quienes se oponían al reconocimiento público de los logros de Marie. Hubo un par de tropiezos extras, con sabor a discriminación, pero nada impidió su éxito profesional, ya que posterior al fallecimiento de su esposo, lo sustituyó en la universidad como la primera mujer catedrática en  una universidad de prestigio, como lo era Sobornne, París.  Sin embargo, el paradigma de exclusión continua cuando Marie se autopostula para un cargo en la Asociación Científica Francesa, y no obtiene más que rumores por parte de la prensa acerca de su falsa situación judía que le impide obtener el puesto. Marie responde con arduo trabajo en el laboratorio.
A pesar de las interminables jornadas de trabajo, los Curie, especialmente Marie se preocuparon por transmitir a sus hijos la pasión por la ciencia, lo cual se ve reflejado en el futuro al obtener una de sus hijas el mismo galardón en química. Comprendieron oportunamente la importancia de sus descubrimientos para el bien de la humanidad, por lo que dejaron el egoísmo a un lado y compartieron abiertamente los hallazgos con el fin de beneficiar a todos. Años después, Marie refuerza las relaciones benéficas entre la ciencia y el hombre al participar voluntariamente junto a su hija en la primera guerra mundial, llevando los rayos X como ayuda para los heridos.
Es sabido que quien lucha alcanza, y Marie Curie no es la excepción a la regla. Desde su infancia tuvo que lidiar con la muerte, las carencias económicas y los prejuicios sociales; sin embargo fue más grande el deseo de superación. Siendo una persona reservada y amante de las tardes de laboratorio se dedicó a superar las adversidades, tanto en el libro de matemáticas  como en la vida diaria.
Y es esta una perspectiva más; en relación a una luchadora, pensadora, madre y soñadora, conocida en el mundo de los hombres como científica.


“Nada en la vida es de temer. Está sólo para ser entendido.” – Marie Curie

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