Por:
Kira
Cristina Mochela Escobar García
Médica
y cirujana
Guatemala,
país de la eterna primavera, de la eterna desigualdad y violencia. En los
últimos años hemos visto como en nuestro país se vive un ambiente de violencia,
inseguridad y falta de conciencia. Muchas mujeres han delinquido y cumplen su
condena en prisión acompañadas de sus hijos, a quienes con el afán de
garantizarles un adecuado desarrollo y crecimiento, las leyes del país permiten
su permanencia en el centro penitenciario durante sus primeros cuatro años de
vida. Estos años son fundamentales en la
formación del apego y el ego del menor.
Pero basta
dar un vistazo a la situación en la que se desarrollan los menores en las
cárceles del país, para darnos cuenta la precariedad de las condiciones en las
que se encuentran, siendo casi imposible asegurar que el Estado de Guatemala en
realidad está cumpliendo su obligación de garantizar salud y protección a estos
menores.
Sabemos que
la cárcel no es ningún hotel de cinco estrellas, pero resulta inhumano que los niños
y niñas compartan el mismo espacio con ratas, ratones y demás roedores
portadores de enfermedades. Es inconcebible que el lugar que está destinado a
ser ocupado por tres personas deba ser compartido hasta por 10. El hacinamiento
es sinónimo y factor predisponente de enfermedades respiratorias y digestivas,
así como lo es también, la falta de higiene. “Toda madre se quitará el pan de
la boca para dárselo a sus hijos”, frase muy acuñada en las prisiones del país,
ya que las mujeres comparten su plato de comida con los menores por la falta de
presupuesto para costear la alimentación de éstos, lo cual va en detrimento de
la adecuada nutrición de los niños y niñas.
Las madres reportan que sus hijos no tienen acceso a salud especializada y oportuna, a pesar que así lo ordena la Constitución de la República. Parece que a las autoridades se les ha olvidado que estos niños y niñas NO son prisioneros y que gozan de los mismos derechos que cualquier otro niño y niña del país.
Las madres reportan que sus hijos no tienen acceso a salud especializada y oportuna, a pesar que así lo ordena la Constitución de la República. Parece que a las autoridades se les ha olvidado que estos niños y niñas NO son prisioneros y que gozan de los mismos derechos que cualquier otro niño y niña del país.
¿Por qué no cuidar a estos niños y niñas? Si permanecen en
una institución del Estado durante cuatro años. Por qué no garantizarle a estos
niños y niñas el acceso a salud y liberarlos del monstruo de la desnutrición
que los acosa, si bien es cierto que en nuestro país ya no es temido e incluso,
hemos aprendido a llevarlo de la mano sin que esto nos convierta en valientes. ¿Por
qué se está desaprovechando la oportunidad de modificar con salud y nutrición
el futuro de estos niños? Si que sean hijos e hijas de delincuentes no les quita
el derecho de gozar de los cuidados necesarios que son requeridos para ser
adultos productivos que aporten a Guatemala el día de mañana.
Podrán decir que los
niños y niñas que acompañan a sus madres privadas de libertad son la minoría, pero
un niño o niña con mala salud y desnutrición, perpetúa la pobreza de una
nación. Guatemala, hoy lamento no poder decirte al oído que “todo estará bien”
en el futuro, porque aún no hemos aprendido a cuidar los dones con los que tu
tierra ha sido bendecida.
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